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Hola amigos!

En primer lugar, querría pedir escusas a todos aquellos (si es que hay alguien) que leen este blog, por no haber publicado en todo este tiempo; este curso me está quitando la vida!

Aquí os dejo el montaje de mi participación en la 19 Maratona di Roma (17/03/2013) !!!!!!!!

Aquellos días Roma estaba…

Más adelante os contaré cómo fue!

Espero que os guste!!!!!

 

Adrián Cardo Miota

@CardufoDaConca


Se nu te scierri mai delle radici ca tieni
rispetti puru quiddre delli paisi lontani!
Se nu te scierri mai de du ede ca ieni
dai chiu valore alla cultura ca tieni!
Simu salentini dellu munnu cittadini,
radicati alli messapi cu li greci e bizantini,
uniti intra stu stile osce cu li giammaicani,
dimme mo de du ede ca sta bieni!

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A las 9:00 de un día cualquiera nos dimos cita en la arada de metro de Conca d’Oro, donde la buena de Flavia vendría a recogernos. Con el ya previsto retardo de los valencianos, fuimos a desayunar a un bar,  unos 45 minutos después cogimos rumbo al Grande Raccordo Annulare, para después tomar la Autostrada Firenze Napoli.  Y así hicimos, pero en dirección contraria,  por lo que tuvimos que dar vuelta a unos 20 kilómetro de desvío…

Unas seis horas de viaje nos esperaban, así que hicimos unas cuantas paradas en estaciones de servicio, donde Felipe y yo  empezamos a darnos cuenta de que gastaríamos más de lo previsto.

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Sin noticias del Molise ni de la Basilicata, nos dimos de bruces con el cartel que nos daba la bienvenida a Puglia, para lo que Flavia nos tenía prevista una sorpresa, y no era otra que Vieni a Ballare in Puglia de Caparezza.

El plan original pasaba por no parar hasta Lecce, pero el cansancio y las ganas de baño nos llevaron hasta Polignano a Mare, donde disfrutamos de la primera de las innumerables calas paradisíacas de la Puglia. Un mar traslucido que a decenas de metros de altura ya nos mostraba la belleza de las rocas de su fondo, toda una gozada.

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Yo, sin toalla, y con la cámara de fotos en mano, esperé a bañarme el último, y me quedé con Flavia, aprovechando para hacerle alguna foto, pues nos quedaba nada más que una semana juntos, y no tenía ni una foto suya. SONY DSCDespués de lo cual me fui con Felipe a nadar, y dimos con una pequeña cueva bajo el acantilado, con dos entradas, aquella por la que nos introducimos, y otra, con la que no pudimos dar, pero por la que se filtraban unos rayos de luz que daban al agua un color turquesa que parecía de película.

Hice por vez primera en mi vida snorckeling con el equipo de Flavia, y me quedé prendado de ese deporte y de las maravillas que el fondo marino te brinda haciendo una compra de no más de 30 euros. Una nueva forma de vivir las vacaciones playeras.

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Continuamos nuestro camino hacia el Salento,

SONY DSChaciendo nuevamente escala, esta vez en Alberobello,SONY DSC pueblo pintoresco formado por Trulli, construcciones en piedra cuyo origen se remonta a edad prehistórica, pero cuyo periodo de máxima extensión fue en el alto medievo, cuando, para evitar el pago de impuestos, los agricultores del lugar al caer la tarde construían estos singulares edificios, y al salir el sol los volvían a desmontar.

Saliendo de Alberobello, Flavia llamó a Mata, un viejo amigo del lugar, que nos ofrecería quedarnos a dormir en su casa, ofrecimiento al que no pudimos negarnos pues no teníamos a donde ir, y Lecce aún quedaba lejos. Quedamos en Cisternino, y  desde allí nos dirigió a su finca donde vivía con su padre… en un Trullo. La rabia que me inundó al salir de aquel lugar y darme cuenta de que no había hecho ni una sola foto, de difícil modo puedo reproducir, pues la belleza y lo peculiar del lugar no tienen nombre. Se trata de un viejo trullo donde originalmente almacenaban y trataban la uva para hacer vino, al que Mata y su padre habían adosado una casa que casaba perfectamente con esa construcción tradicional. Y la cosa no terminaba ahí, pues además del trullo, contaban con unas cuantas hectáreas de terreno que habían dedicado al cultivo ecológico de hortalizas, formando con sus vecinos un microsistema de subsistencia donde cada cual aportaba con lo que cultivaba.

Pasamos una bella serata entre primitivo y hierba albanesa, que terminaría con un baño nudista (por mi parte) en la piscina de los vecinos alemanes de Mata… Montamos las tiendas de campaña en su parcela y un po’mbriacos nos fuimos a dormir.SONY DSC

Al día siguiente, como agradecimiento por su hospitalidad, ayudamos a montar una Tienda-Sudatorio que se estaba construyendo el padre de Mata, tras lo cual, pusimos rumbo a Otranto.

Antes del pueblo se encuentra Bahía dei Turchi, una pequeña cala rodeada de acantilados en la que nos dimos un baño, hicimos snorckeling, y como no (maldito Carlo) jugamos al frisby. Al salir del paraje encontramos un campo de labor que nos serviría como acostadero para la próxima noche, pero primero, iríamos a Otranto.

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El pueblo es una auténtica preciosidad, de origen multicultural (greco, bizantino, aragonés), se erige en torno al gran castillo medieval,  constituye el punto más oriental de la península itálica, y recibe su nombre por el canal d’Otranto, que separa Italia de Albania. Dimos un bonito paseo por las murallas en el que Flavia y yo planeamos futuros veranos en barca recorriendo el Mediterráneo que sería más que bello que se realizaran, ¡cuánto  ha terminado cautivándome esa dichosa romana! Tras tomar el primero de muchos pasticciotti, tornamos a Bahía dei Turchi y nos echamos a dormir, Felipe y Eulalia en el coche, y Carlo acostado al lado de Flavia y yo que pasamos buena parte de la noche mirando el cielo y buscando constelaciones.

Adrián Cardo Miota

 

Pigneto De día


Más vale tarde que nunca, pero lo cierto es que es un pecado que aún no haya empezado a escribir sobre mi barrio.

Al principio vivía en la zona de Piazza Bologna; lugar comunicado con el resto del mundo a la perfección, piso encima de una boca de metro, la mensa de la sapienza a 10 minutos a pie… pero pagaba 300 ñapos por una habitación compartida. No es mucho, pero los buenos de mis compañeros de piso, casnados de los propietarios de aquella casa, buscaron nueva residencia, y me ofrecieron una habitación individual por 250 euros.
Les dije que sí sin preguntarles si quiera dónde estaba la casa. Y creo que acerté. Tengo unos compañeros de piso envidiables, dos terrazas, mis colegas al cruzar la calle, locales indie, rock, reggae, centros sociales ocupas cerca… pero como siempre, esta Roma te da una de cal y una de arena; para llegar a la universidad tengo que hacer unos 4 kilómetros en bici, coger el metro y después el autobús, nada, una horilla y media más o menos.
Volviendo al bueno de mi barrio, se llama Pigneto. Es la zona “Radical Chic” de Roma. Hace unos años no era más que un postaccio, pero desde que la exsenadora Transexual Vladimira Luxuria compró un par de fincas y abrió algún que otro local, se convirtió en la zona de moda; teatros, clubs de jazz, bares para ir a leer con una copilla de vino, restaurantes japoneses…
Con un pasado ligado a las clases bajas, las vueltas que da la vida me han traído de nuevo a un barrio ferroviario, donde los obreros de la vía tenían,hasta no hace muchos años, las casas con tejados de paja y ramas. Hoy día es también un barrio algo pobre, donde putas y camellos encuentras las 24 horas del día.
Pero es un barrio muy agradable.
Salir por la mañana y tener al frutero que te grita
– Cómo estás madrileño?
El horno donde comprar el pan y contuverniar con las abuelas
La única biblioteca decente de toda Roma…
Pigneto rules, y ésta no será la última vez que me oigáis hablar de él.

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Y, como todo lo que empieza, tiene que terminar…

 

El acontecer de nuestros últimos dos días de interrail es bastante aburrido, pues, si mal no recuerdo, fueron dos jornadas de continuos regionales y transbordos por Italia. Personalmente para mí fue un último viaje de contradicciones, pues de un lado ansiaba dormir y comer decentemente, pero del otro, nuestra gran aventura tocaba a su fin. Quien diga que es fácil vivir tres semanas fuera de tu casa, sin dinero, hacendera, ni rumbo predeterminado, es un ignorante. Ahora bien, quien se niegue a realizar una estupidez del genero, a ese, pobre de él.

Tomamos el primer tren, destino Milano, donde haríamos transbordo para llegar después a Torino. De este trozo del viaje me acuerdo especialmente, por el maldito regional que nos llevo. Teníamos abierta la ventana, y cada vez que nos cruzábamos con otro tren, aquello parecía venirse abajo. Si te adormentabas, poco después una taquicardia de narices te despertaba. Llegados a la capital de la Vechia Signora, nos dispusimos a pasear por el centro, y poco fue, puesto que solo nos dio tiempo a ver la catedral, y de lejos, pues nuestro tren salía minutos después.

Así fue como llegamos a Ventimiglia, pueblo frontera con Francia, que haría las veces de aposento para tres españoles nostálgicos y malolientes. Llegamos de noche, y, de nuevo con lo puesto, tomamos dirección a la playa, parando antes por un «paqui» 24 horas, donde compramos una botella, no de Limoncello, sino de Limoncino, con la que despedir nuestra estancia en Italia, y casi nuestro viaje.

La playa era de guijarros, y desde tan privilegiado lugar, pudimos disfrutar de la vista de Niza y Cannes, que forman el recodo que separa Italia del golfo de Lyon.

Noche de historias, de recuerdos, de promesas para el futuro que a la postre no se realizarían. En líneas generales, noche de amistad. Fernando sería el primero en caer, y no se librò de ser enterrado entre piedras, mientras Leo y yo disfrutamos de una de nuestras últimas conversaciones sobre el sentido de la vida (me gustaría oír esas conversaciones de nuevo. ¡Malditos/benditos estúpidos pretenciosos…!)

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Nos dormimos, y el Lorenzo matutino nos llamaría a formar en la estación. Teníamos algo de tiempo antes de que se terminara nuestro Global Pass, asíque tuvimos que decidirnos entre Avignon o Toulouse, y elegimos el primero.

Nos bajamos en una estación futurista, y nos dirigimos al centro medieval de Avignon, que en menos de un par de horas nos cautivaría, pero del que poco o casi nada recuerdo, a excepción de un gran mercado de antiguedades y muñecos de Asterix y Obelix.

Con poco tiempo que perder, pues el cronómetro iba en nuestra contra, tomamos un autobús que nos llevaba a la estación, y en ese mismo automóvil abandonamos a otro de nuestros compañeros del último tramo de nuestro viaje; la almohada que robamos en el hotel de Munich.

El tren nos dejó en la última parada para la que nos servía el billete del Inter Rail; Cerbere, dondee nos recogería la Tia de Fer.

Pueblo feo como pocos, y estación de periferia como tantas. Mientras esperábamos a Pilar, conocimos al hijo holandés perdido de Bob Marley, al brasileño con el Digueridù, y al sino fantasma, al menos hermano de Curt Kovain. Que panorama amigos, lo menos que esperabamos de aquella situación es que nos robaran… ¡Ah! Casi lo olvidó, en aquella estación Fernando consumió la última de nuestras latas de Baked Beans de garrafón que portábamos desde Austria.

Llegó la dicharachera tía de Fer, y nos conducía hasta Barcelona, a unos 70 km por hora, escuchando un cd de Woodstock que Fer compró en Avignon… Sin embargo la espera mereció la pena, pues nos llevó a su casa en Casteldefells, donde poco antes había vivido Ronaldinho Gaùcho… (La familia de Fernando es más que particular).

Tras compartir lecho con Fer (no sería la última vez en nuestras vidas), tomamos tren con destino a Valencia, donde hicimos transbordo hasta nuestra amada Cuenca. El cúmulo de sensaciones que me abordó en el momento en el que bajé el último escalón del tren es indescriptible, y la cara que pusieron nuestras madres al vernos solo es entendible viendo nuestra última foto del viaje.

Y así fue como tres conquenses dimos por concluida nuestra Interrail.

Hubo momentos de todo tipo, tanto buenos como malos, pero, con el tiempo, hemos sabido exprimir estos últimos hasta extraer la esencia, cambiando de color estos últimos, pues hasta las penurias no son ahora sino nuestro mayor orgullo; lo hicimos, jóvenes e inexpertos lo conseguimos. Seguramente si lo hiciéramos ahora, cambiaríamos muchas cosas (la primera de ellas sería, sin duda, hacer uso de la cultura Couch Surfing). Sin embargo creo que hicimos las cosas como debimos hacerlas, pues de otra forma no hubiera sido nuestro viaje, nuestra experiencia, nuestra, ya mentada tantas veces, Gran Aventura.

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@CardufoDaConca

Adrián Cardo Miota


Son casi las dos de la mañana, del 10 de marzo de 2013. Casi cuatro años. Parece mentira, pero así es. Hoy vivo en Roma, y me dispongo a tratar de rememorar hechos, que no muy lejos de aquí acaecieron en Julio de 2009.

Esta entrada me sabe un poco a despedida, pues será la penúltima vez que en este blog hablaremos de aquel mágico verano. Es curioso, pues el principal motivo por el que iniciamos nuestro proyecto en conjunto, era el de contar nuestra experiencia. Más que contarla, dejarla para la posteridad, pues significó la culminación de nuestra amistad; un mes juntos, fuera de nuestras casas, sin más obligación que la de hacer de aquellos días, los mejores de nuestras vidas.

Después de aquel viaje las cosas cambiaron bastante; Virginia y yo terminamos definitivamente, Fernando empezaría con Cristina,  y Leopoldo poco a poco iría saliendo de nuestras vidas. Y no solo eso, nos separábamos; yo partía para Albacete para formarme como futuro médico, y Fernando empezaría una nueva vida en Madrid, que por azares del destino, le llevaría a desayunar mañana sí mañana también con Paco González y Pepe Domingo Castaño.

Reflexiones aparte, pues es mejor dejarlas para la última entrada, volvamos atrás.

Recogimos nuestras pertenencias de la consigna del camerunés y partimos con destino a Verona. Lo cierto es que no sabíamos mucho de aquella ciudad, de hecho, no tengo muy claro si por aquel entonces había leído ya Romeo y Julieta. Después de tantas entradas del blog, parece un cliché, pero he de decir que aquella ciudad me enamoró, y no creo que fuera el único.

Tras un viaje repleto de «Continentales», el que podríamos decir que fue el pasatiempo del mes ( juego de naipes que he olvidado por completo) llegamos a la estación de Verona, que creo recordar, estaba bastante retirada de la ciudad, así que salimos en busca de un autobús. Cuando encontramos la parada, nos pusimos a hablar con un lugareño de unos 30 años, barbudo y con sombrero, con el que compartimos diferencias entre su dialecto, el chievo, y el castellano. Tomamos el bús y llegamos a la zona oeste de la ciudad, donde se encontraba el albergue de la juventud «Villa Francescatti». Después de estar ya más que acostumbrados a dormir en la calle, el porqué de nuestra decisión de quedarnos en el albergue, hemos de buscarlo en google images; qué palacio! En la vida he vuelto a encontrar un albergue para jóvenes de esas características, ni siquiera el cinco estrellas de Ribadisso en el Camino de Santiago Francés. Costaba 17 euros, lo cual para nuestra mermada economía era un lujo excesivo, pero el lugar lo meritaba. Y allí sería donde conoceríamos a otro de los seres etraños del viaje, pero no era el último. No me acuerdo de cómo se llamaba, pero lo que si recuerdo es queera un ex-studiante de bellas artes y un cansino de cuidado. Pero el chico estaba solo y se nos acopló.

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Dejamos las maletas y nos pegamos una reparadora ducha en los baños del segundo piso del albergue, que estaba en una de las esquinas del alazzo. Eran duchas comunales, divididas eso sí entre hombres y mujeres, y las mismas estaban rodeadas por ventanales, lo que nos procuraba la ducha con las mejores vistas que habíamos tenido en nuestras vidas.

Ya limpios nos echamos a andar y nos imbuimos en el ambiente de una de las muchas capitales del amor, siguiendo los escenarios de la obra shakespiriana; e balcón de Julieta, la casa de Romeo, la tumba de Julieta… Nos acercamos a la piazza dil mercato di Erbe, donde nuestro peculiar amigo desenrolló su libro de dibujos y nos dio una magistral clase de cómo crear tus propios recuerdos de cada lugar que visites. Resulta que en una visita a la India compró al precio de un euro, un cuaderno de dibujo, tamaño bolsillo, hecho con un papel parecido al pergamino, y lo que hacía era pararse en los monumentos y paisajes que más le agradaban a hacer un esquema en el que solo desarrollaba al completo aquellos detalles más particulares, dejando los motivos repetitivos para completarlos más adelante. Es un concepto complicado de entender, pero sumamente útil, pues hacía dibujos en 5 minutos que terminaba más tarde en el albergue.

También visitamos la Arena de Verona, y cerca esuvimos de comprar entradas para Turandot, que se representaba al día siguiente. Al final nos decantamos por ir y escuchar desde fuera con unas Morettis en mano, pues resultaba bastante más económico.

Nos fuimos pronto para el albergue, pues estábamos reventadísimos, y tras una horilla d hacer el Tonto en el jardín, subimos a la terraza a cenar una ya mítica lata de Baked Beans. La cena fue bastante curiosa, pues la cOmpartimos con el pesado de nuestro amigo y dos madrileños, a los que hoy día se les llamaría Hipsters, que estaban huyendo de un voluntariado en una granja ecológica en Nápoles donde los explotaban. Por cierto, decían de mí que tengo mucho Flow, lo cual nunca he terminado de entender. Nos fuimos a dormir y decidimos no poner despertador alguno para el día siguiente.

Amaneceríamos  eso de las doce de la mañana y tras otra preciosa ducha  continuamos con nuestra visita, subiendo al Castel San Pietro, desde donde disfrutamos de unas vistas inigualables de Verona, y dando un paseo por el teatro romano. No sé en qué momento nos pasó por la cabeza, pero divisamos una cruz negra en lo alto de un monte, junto a una edificación palaziega, y decidimos ir a ver de qué se trataba. Maldita la hora, pues estaba donde Cristo perdió el mechero, y además una anciana nos engañó para visitar el edificio, que no era más que la casa de un ex obispo de Verona que han debido santificar hace poco. En fin, una pérdida de tiempo. Sin embargo el barrio por el que bajamos era bastante bonito.

Gastamos el resto del día paseando, y cuando llegó la noche decidimos tomar una buena cena de despedida en un restaurante «bueno», pues era nuestra penúltima noche del viaje, y la próxima no sabíamos si sería en una estación de tren, en una playa, un trozo de hierba… y tampoco teníamos muy claro si sería en Italia, Francia o Dios sabe dónde. Recuerdo que yo pedí una Pizza típica de Verona, que debía estar hecha con algo así como algas de río negras, que daban un asco que no os hacéis una idea. Pero devoramos todo, pues aunque asquerosa, era una de las pocas comidas cocinadas durante nuestro viaje.

Terminada la cena nos dirigimos de nuevo al albergue a prepararnos para un día de viaje infernal…