Catedral de Cuenca de noche/Fuente: http://www.wikipedia.org

Las campanadas de Mangana anuncian que pasan unas horas de la medianoche, es invierno, enero, febrero, ¿qué más da? Esta es una de esas noches en las que nadie sale a la calle porque hasta se te escarcha el ánimo y la voluntad.

En esto un hombre camina presuroso, se encuentra en esa frontera difusa en la que no se es anciano pero tampoco se es un adulto, rondaría  los 60, pero su

Torre Mangana /Fuente: http://juanradeluz.blogspot.com

aspecto es muy macilento. Tiene la tez morena, y a consecuencia de ello el pelo negro como el coque, junto a ello una barba que le da un aspecto aun más desaliñado. Carga sobre la espalda un macuto remendado con varios parches y como consecuencia camina encorvado. Mantiene una batalla en solitario contra la gélida noche y el único arma para combatirla es un pesado  sayo con el que intenta resguardarse de un frío seco que entra hasta por el más ligero resquicio.

Camina rápido, con la cabeza gacha, enfilando ya el inicio de la bajada de la calle Julián Romero, esa calle estrecha y alargada que serpentea en paralelo a la calle San Pedro. Sus pasos son firmes y seguros. Avanza totalmente ajeno a cuanto sucede a su alrededor, con la mente puesta en encontrar algún lugar en el que poder calentarse mínimamente.

Cuando ha avanzado los primeros metros de la tortuosa calle algo lo saca de su ensimismamiento, escucha unos pasos por detrás a los que en un primer momento opta por ignorar. Conforme sigue adelante, los pasos no se detienen y llega un momento en el que no los puede obviar. Sin perder la calma en ningún momento, paulatinamente acelera su caminar.

Pasadizo de la calle Julián Romero/ Fuente:http://juanradeluz.blogspot.com

¡Oh vaya! Cuál es su sorpresa al darse cuenta que los pasos que le siguen se precipitan al mismo ritmo y  cadencia que los suyos. A la altura del Cristo del Pasadizo no aguanta más y  decide frenarse en seco y girar sobre sí mismo para mirar hacia atrás, conforme se para, la calle queda de nuevo en un silencio sepulcral, lo cual hace que se disipe la poca tranquilidad que pudiera quedarle. Da la vuelta despacio, como si no desease descubrir aquello que tenía detrás. Inspira una profunda bocanada de aire que le entumece hasta el espíritu, y cuando finalmente contempla tras de sí el tramo que acababa de recorrer, descubre la calle totalmente desierta, es en este momento en el que cualquier atisbo de calor desaparece de su ser.

Cristo del pasadizo /Fuente:http://juanradeluz.blogspot.com

Escudriña con la mirada cualquier rincón oscuro y cualquier soportal en el que hubiera podido esconderse su desconocido perseguidor. Al no ver nada, ni atisbar rastro de nadie dibuja una sonrisa de falsa seguridad y  confuso supone que todo ha podido ser producto de su imaginación. Decide girar de nuevo sobre sus talones y continuar con la bajada contemplado ya la cara lateral de la Catedral.

Comienza a caminar cuesta abajo e instantáneamente los pasos se reproducen, ante esto, olvida todo cuanto pueda tener en la cabeza y sale corriendo con un enorme estruendo de pisadas, y aunque en un principio ensimismado en los violentos latidos de su corazón parece no escuchar nada, pronto descubre que los pasos tras de sí vuelven a resonar en la calle.

Todo le pesa, lanza el macuto y se desembaraza del sayo y los 20 segundos que tarda en recorrer la distancia hasta la catedral se tornan infinitos. Finalmente sin aliento, y con las primeras gotas de sudor perlando su frente y desafiando al frío, hace su aparición en la Plaza Mayor de Cuenca, mira hacia atrás y de nuevo no hay rastro de nadie, al igual que en la plaza, donde en las esquinas se apilan pequeños montones de hielo y nieve ennegrecidas por las pisadas. Sus pertenencias rocían la recién abandonada calle, y allí seguirían puesto que no quiso aventurarse a recuperarlas.

Se sentó en el murete que separa la Plaza Mayor de la Calle Pilares, ya totalmente ajeno al frío que le rodeaba, contemplando la Catedral que se había mantenido en el mismo sitio durante tantos siglos, eso lo tranquilizó. Allí aguantó hasta que en torno a las 7 de la mañana momento en que el sol rompió el crepúsculo, solo entonces fue capaz de ponerse en pie y retornar sobre  sus pasos para recuperar sus pertenencias, que por supuesto, allí seguían.

Se resignó y se dirigió a la calle Alfonso VIII y lentamente bajó, con el miedo aun calado en el tuétano. Ni se le pasaba por la mente buscar acomodo para dormir, lentamente arrastró sus pies hasta la churrería de la plaza del mercado donde ni el café má caliente ni el gentío que atestaba el local pudo calentarle el ánimo.

Fernando Guardia O’Kelly

@fer_guardia