Bonita vista del Sacre Coeur/Fuente:http://www.voyagerguide.com

Hola, empiezo donde me quedé, en Austerlitz

Tres chicos cargados con sus mochilas, molidos después de un largo viaje, se disponen a visitar la ciudad de las ciudades, la cuna de Víctor Hugo, de D’Artagnan y sus mosqueteros, esa ciudad que tan mágicamente nos presentó Disney con su genial película Ratatouille. Difícil describir las sensaciones que me embargaron en el mismo momento en que salí de la estación. Por fin estaba en París, la ciudad que hacía de escenario de mis novelas favoritas, la ciudad que en aquel momento más quería conocer en el mundo y a la que tristemente no he podido volver. El año pasado mi vuelta estuvo bien próxima, ya que como becario del MEC que soy, solicité una estancia de un mes en París, solicitud que me fue denegada.

Fernando obnubilado ante la presencia de la imponente Torre Eiffel/Fuente Propia

Como no podía ser de otra forma, no teníamos reserva en ningún hotel, ni conocíamos de ningún albergue, así que echamos mano a mi guía de París y nos fuimos en busca del hotel más barato de toda la ciudad. Tan barato era, que no existía. Tras breves momentos de reflexión nos encaminamos al lugar más barriobajero de París, a esa zona que se asemeja más al París de Jean Baptiste Grenouille que al de los luises: a las faldas de Montmartre. Entramos en un hotelucho que por no tener, creo que no tenía ni nombre, regentado por un octogenario que de español solo sabía recitar la alineación titular del Madrid de los años 50. Aquel lugar no tenía ningún encanto, pero era asequible, así que allí nos establecimos. Ahí empezaba nuestra visita y como es de suponer, corrimos hacia la Cité, a Notre Dame.

Adrián y Leopoldo ante nuestra toma de contacto con «Nuestra Señora»/Fuente Propia

Como ya he dicho, yo no había ido antes a París, pero aquella iglesia la conocía con pelos y señales. Y no era para menos, acababa de leer Nuestra Señora de París de Víctor Hugo, una de las grandes obras del Romanticismo francés, de la que todos conocemos la versión también de Disney, El jorobado de Notre Dame.. Siento no hacer una descripción pormenorizada de las características arquitectónicas de la catedral, labor que sin duda mi amigo Fernando podría llevar a cabo, pero nunca he estudiado historia del arte. Aun así creo que Nuestra Señora tiene algo especial. Qué es ese algo, no lo sé, pero seguro que esa catedral ha ayudado a convertir a París en la ciudad del amor por antonomasia.

Paseo a la sombra por los jardines de Luxemburgo/Fuente Propia

Por no extenderme, solo decir que también visitamos la Sainte Chapelle, el Pantheon, Saint German Des Pres, el Louvre, la Ópera Garnier… ¿Con qué me quedo?, sin duda alguna con Montmartre. No en el que teníamos el hotel, sino el Montmarte de la subida al Sacre Coeur, ese nido de artistas y bohemios que encandiló a Van Gogh o Picasso y también a un servidor. Quizá cuando en Luces de Bohemia se habla del Barrio Latino de París (hoy convertido en uno de los barrios de postín de la ciudad) se refería a lo que nosotros nos encontramos allí; músicos y pintores callejeros, pequeñas tabernas y hospederías, y unas vistas preciosas de París. Cuando coronamos la colina de Montmartre, casi pude ver a Amelie yendo a conocer a ese hombre de los fotomatones, tras salir de su café (que por cierto también se encuentra allí, el “Café les 2 Moulins”.

Los tres ante la tumba del gran Napoleón/Fuente:Propia

De nuestras aventuras, qué quedará para siempre en mi memoria. Seguro que me costará olvidar esa noche en el Hostel Friends, el supuestamente peor albergue juvenil de todo París, en el que compartí habitación con un mexicano y dos suecas que no tenían ningún pudor en desnudarse enfrente nuestro. Esa mañana en la estación de metro de La Chapelle en la que un camello nos ofrecía algo que se sacaba de un anillo gigantesco y que hacía llamar “Faglé” mientras se pasaba el dedo bajo las fosas nasales. Tampoco olvidaré las explicaciones de Leopoldo a un gendarme en la cola para subir a la Torre Eiffel que quería llevárselo al cuartelillo cuando le descubrió una lata de Baked Beans en la bolsa (¿pensaría que era una bomba, que éramos jóvenes etarras?, siempre será un misterio para mí).
Y para terminar, quiero dejar el recuerdo de la visita en el Pantheon a las tumbas de Alejandro Dumas y Víctor Hugo, mis dos escritores franceses favoritos.
Bueno amigo, siento no poder contaros más sobre París, pero me estoy extendiendo demasiado. Cuando terminemos la crónica principal de nuestro Inter Rail prometo contarte más y mejores momentos que aún me emociona el recordar. Te dejo en la Gare de Lyon, con un billete rumbo a Bruselas.

Vista de la Torre Eiffel desde lo alto del Arco del Triunfo/Fuente Propia

Un abrazo!

@CardufoDaConca