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Y, como todo lo que empieza, tiene que terminar…

 

El acontecer de nuestros últimos dos días de interrail es bastante aburrido, pues, si mal no recuerdo, fueron dos jornadas de continuos regionales y transbordos por Italia. Personalmente para mí fue un último viaje de contradicciones, pues de un lado ansiaba dormir y comer decentemente, pero del otro, nuestra gran aventura tocaba a su fin. Quien diga que es fácil vivir tres semanas fuera de tu casa, sin dinero, hacendera, ni rumbo predeterminado, es un ignorante. Ahora bien, quien se niegue a realizar una estupidez del genero, a ese, pobre de él.

Tomamos el primer tren, destino Milano, donde haríamos transbordo para llegar después a Torino. De este trozo del viaje me acuerdo especialmente, por el maldito regional que nos llevo. Teníamos abierta la ventana, y cada vez que nos cruzábamos con otro tren, aquello parecía venirse abajo. Si te adormentabas, poco después una taquicardia de narices te despertaba. Llegados a la capital de la Vechia Signora, nos dispusimos a pasear por el centro, y poco fue, puesto que solo nos dio tiempo a ver la catedral, y de lejos, pues nuestro tren salía minutos después.

Así fue como llegamos a Ventimiglia, pueblo frontera con Francia, que haría las veces de aposento para tres españoles nostálgicos y malolientes. Llegamos de noche, y, de nuevo con lo puesto, tomamos dirección a la playa, parando antes por un «paqui» 24 horas, donde compramos una botella, no de Limoncello, sino de Limoncino, con la que despedir nuestra estancia en Italia, y casi nuestro viaje.

La playa era de guijarros, y desde tan privilegiado lugar, pudimos disfrutar de la vista de Niza y Cannes, que forman el recodo que separa Italia del golfo de Lyon.

Noche de historias, de recuerdos, de promesas para el futuro que a la postre no se realizarían. En líneas generales, noche de amistad. Fernando sería el primero en caer, y no se librò de ser enterrado entre piedras, mientras Leo y yo disfrutamos de una de nuestras últimas conversaciones sobre el sentido de la vida (me gustaría oír esas conversaciones de nuevo. ¡Malditos/benditos estúpidos pretenciosos…!)

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Nos dormimos, y el Lorenzo matutino nos llamaría a formar en la estación. Teníamos algo de tiempo antes de que se terminara nuestro Global Pass, asíque tuvimos que decidirnos entre Avignon o Toulouse, y elegimos el primero.

Nos bajamos en una estación futurista, y nos dirigimos al centro medieval de Avignon, que en menos de un par de horas nos cautivaría, pero del que poco o casi nada recuerdo, a excepción de un gran mercado de antiguedades y muñecos de Asterix y Obelix.

Con poco tiempo que perder, pues el cronómetro iba en nuestra contra, tomamos un autobús que nos llevaba a la estación, y en ese mismo automóvil abandonamos a otro de nuestros compañeros del último tramo de nuestro viaje; la almohada que robamos en el hotel de Munich.

El tren nos dejó en la última parada para la que nos servía el billete del Inter Rail; Cerbere, dondee nos recogería la Tia de Fer.

Pueblo feo como pocos, y estación de periferia como tantas. Mientras esperábamos a Pilar, conocimos al hijo holandés perdido de Bob Marley, al brasileño con el Digueridù, y al sino fantasma, al menos hermano de Curt Kovain. Que panorama amigos, lo menos que esperabamos de aquella situación es que nos robaran… ¡Ah! Casi lo olvidó, en aquella estación Fernando consumió la última de nuestras latas de Baked Beans de garrafón que portábamos desde Austria.

Llegó la dicharachera tía de Fer, y nos conducía hasta Barcelona, a unos 70 km por hora, escuchando un cd de Woodstock que Fer compró en Avignon… Sin embargo la espera mereció la pena, pues nos llevó a su casa en Casteldefells, donde poco antes había vivido Ronaldinho Gaùcho… (La familia de Fernando es más que particular).

Tras compartir lecho con Fer (no sería la última vez en nuestras vidas), tomamos tren con destino a Valencia, donde hicimos transbordo hasta nuestra amada Cuenca. El cúmulo de sensaciones que me abordó en el momento en el que bajé el último escalón del tren es indescriptible, y la cara que pusieron nuestras madres al vernos solo es entendible viendo nuestra última foto del viaje.

Y así fue como tres conquenses dimos por concluida nuestra Interrail.

Hubo momentos de todo tipo, tanto buenos como malos, pero, con el tiempo, hemos sabido exprimir estos últimos hasta extraer la esencia, cambiando de color estos últimos, pues hasta las penurias no son ahora sino nuestro mayor orgullo; lo hicimos, jóvenes e inexpertos lo conseguimos. Seguramente si lo hiciéramos ahora, cambiaríamos muchas cosas (la primera de ellas sería, sin duda, hacer uso de la cultura Couch Surfing). Sin embargo creo que hicimos las cosas como debimos hacerlas, pues de otra forma no hubiera sido nuestro viaje, nuestra experiencia, nuestra, ya mentada tantas veces, Gran Aventura.

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@CardufoDaConca

Adrián Cardo Miota


Son casi las dos de la mañana, del 10 de marzo de 2013. Casi cuatro años. Parece mentira, pero así es. Hoy vivo en Roma, y me dispongo a tratar de rememorar hechos, que no muy lejos de aquí acaecieron en Julio de 2009.

Esta entrada me sabe un poco a despedida, pues será la penúltima vez que en este blog hablaremos de aquel mágico verano. Es curioso, pues el principal motivo por el que iniciamos nuestro proyecto en conjunto, era el de contar nuestra experiencia. Más que contarla, dejarla para la posteridad, pues significó la culminación de nuestra amistad; un mes juntos, fuera de nuestras casas, sin más obligación que la de hacer de aquellos días, los mejores de nuestras vidas.

Después de aquel viaje las cosas cambiaron bastante; Virginia y yo terminamos definitivamente, Fernando empezaría con Cristina,  y Leopoldo poco a poco iría saliendo de nuestras vidas. Y no solo eso, nos separábamos; yo partía para Albacete para formarme como futuro médico, y Fernando empezaría una nueva vida en Madrid, que por azares del destino, le llevaría a desayunar mañana sí mañana también con Paco González y Pepe Domingo Castaño.

Reflexiones aparte, pues es mejor dejarlas para la última entrada, volvamos atrás.

Recogimos nuestras pertenencias de la consigna del camerunés y partimos con destino a Verona. Lo cierto es que no sabíamos mucho de aquella ciudad, de hecho, no tengo muy claro si por aquel entonces había leído ya Romeo y Julieta. Después de tantas entradas del blog, parece un cliché, pero he de decir que aquella ciudad me enamoró, y no creo que fuera el único.

Tras un viaje repleto de «Continentales», el que podríamos decir que fue el pasatiempo del mes ( juego de naipes que he olvidado por completo) llegamos a la estación de Verona, que creo recordar, estaba bastante retirada de la ciudad, así que salimos en busca de un autobús. Cuando encontramos la parada, nos pusimos a hablar con un lugareño de unos 30 años, barbudo y con sombrero, con el que compartimos diferencias entre su dialecto, el chievo, y el castellano. Tomamos el bús y llegamos a la zona oeste de la ciudad, donde se encontraba el albergue de la juventud «Villa Francescatti». Después de estar ya más que acostumbrados a dormir en la calle, el porqué de nuestra decisión de quedarnos en el albergue, hemos de buscarlo en google images; qué palacio! En la vida he vuelto a encontrar un albergue para jóvenes de esas características, ni siquiera el cinco estrellas de Ribadisso en el Camino de Santiago Francés. Costaba 17 euros, lo cual para nuestra mermada economía era un lujo excesivo, pero el lugar lo meritaba. Y allí sería donde conoceríamos a otro de los seres etraños del viaje, pero no era el último. No me acuerdo de cómo se llamaba, pero lo que si recuerdo es queera un ex-studiante de bellas artes y un cansino de cuidado. Pero el chico estaba solo y se nos acopló.

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Dejamos las maletas y nos pegamos una reparadora ducha en los baños del segundo piso del albergue, que estaba en una de las esquinas del alazzo. Eran duchas comunales, divididas eso sí entre hombres y mujeres, y las mismas estaban rodeadas por ventanales, lo que nos procuraba la ducha con las mejores vistas que habíamos tenido en nuestras vidas.

Ya limpios nos echamos a andar y nos imbuimos en el ambiente de una de las muchas capitales del amor, siguiendo los escenarios de la obra shakespiriana; e balcón de Julieta, la casa de Romeo, la tumba de Julieta… Nos acercamos a la piazza dil mercato di Erbe, donde nuestro peculiar amigo desenrolló su libro de dibujos y nos dio una magistral clase de cómo crear tus propios recuerdos de cada lugar que visites. Resulta que en una visita a la India compró al precio de un euro, un cuaderno de dibujo, tamaño bolsillo, hecho con un papel parecido al pergamino, y lo que hacía era pararse en los monumentos y paisajes que más le agradaban a hacer un esquema en el que solo desarrollaba al completo aquellos detalles más particulares, dejando los motivos repetitivos para completarlos más adelante. Es un concepto complicado de entender, pero sumamente útil, pues hacía dibujos en 5 minutos que terminaba más tarde en el albergue.

También visitamos la Arena de Verona, y cerca esuvimos de comprar entradas para Turandot, que se representaba al día siguiente. Al final nos decantamos por ir y escuchar desde fuera con unas Morettis en mano, pues resultaba bastante más económico.

Nos fuimos pronto para el albergue, pues estábamos reventadísimos, y tras una horilla d hacer el Tonto en el jardín, subimos a la terraza a cenar una ya mítica lata de Baked Beans. La cena fue bastante curiosa, pues la cOmpartimos con el pesado de nuestro amigo y dos madrileños, a los que hoy día se les llamaría Hipsters, que estaban huyendo de un voluntariado en una granja ecológica en Nápoles donde los explotaban. Por cierto, decían de mí que tengo mucho Flow, lo cual nunca he terminado de entender. Nos fuimos a dormir y decidimos no poner despertador alguno para el día siguiente.

Amaneceríamos  eso de las doce de la mañana y tras otra preciosa ducha  continuamos con nuestra visita, subiendo al Castel San Pietro, desde donde disfrutamos de unas vistas inigualables de Verona, y dando un paseo por el teatro romano. No sé en qué momento nos pasó por la cabeza, pero divisamos una cruz negra en lo alto de un monte, junto a una edificación palaziega, y decidimos ir a ver de qué se trataba. Maldita la hora, pues estaba donde Cristo perdió el mechero, y además una anciana nos engañó para visitar el edificio, que no era más que la casa de un ex obispo de Verona que han debido santificar hace poco. En fin, una pérdida de tiempo. Sin embargo el barrio por el que bajamos era bastante bonito.

Gastamos el resto del día paseando, y cuando llegó la noche decidimos tomar una buena cena de despedida en un restaurante «bueno», pues era nuestra penúltima noche del viaje, y la próxima no sabíamos si sería en una estación de tren, en una playa, un trozo de hierba… y tampoco teníamos muy claro si sería en Italia, Francia o Dios sabe dónde. Recuerdo que yo pedí una Pizza típica de Verona, que debía estar hecha con algo así como algas de río negras, que daban un asco que no os hacéis una idea. Pero devoramos todo, pues aunque asquerosa, era una de las pocas comidas cocinadas durante nuestro viaje.

Terminada la cena nos dirigimos de nuevo al albergue a prepararnos para un día de viaje infernal…



En la falda sur de los Alpes se encuentra uno de los pueblos con más encanto que puedo recordar. Tierra cuyo nombre conocíamos por el célebre matemático,

Bernard Bolzano – Fuente wikipedia.org

y que por siglos mantuvo con Trento una lucha encarnizada por la primacía de la zona y que hoy se reduce a cuál de las dos atrae más turistas y más visitantes en sus fiestas patronales, Bolzano fue una continuación de aquella sensación de libertad que poco antes disfrutamos en las montañas de Insbruck.
La llegada, tras un precioso viaje a través de los Alpes, no fue muy alagüeña, tónica ya de nuestro viaje; la estación era pequeña, en las afueras del pueblo, y la consigna quedaba fuera de la misma. Sin embargo esto último tuvo su encanto, ya que el encargado era camerunés y mantuvimos una interesante disputa sobre si Guardiola había hecho bien pasando de Eto’o y fichado a Ibrahimovic. Una vez llegado al centro del pueblo la cosa cambió.
Llegamos a la tarde, lo cual nos procuró el primero de muchos días a la roja luz del atardecer italiano, algo que yo hacía exclusivo de la Toscana, pero que unos cuantos días de descanso en Verona harían ver mi equivocación. Dios, ¡cuánto amo Italia!

Centro de Bolzano/ Fuente http://www.italianvisits.com


Nos dedicamos al paseo por sus anchas calles de edificios de apariencia amarfilada y señorial, y cuando llegamos a la plaza del pueblo descubrimos un escenario montado y montones de mujeres de color, cuyas anchas y bamboleantes caderas nos indicaron su procedencia carioca; efectivamente, esa noche era la fiesta patronal de Bolzano.
Con el sol ya casi desaparecido salimos de la plaza por una calle descendente, donde encontraríamos otro de los amigos que nos acompañaría el resto del viaje. De hecho aún está en mi cajón de recuerdos del interrail: un paquete de tabaco de liar, con papel, filtros y un mechero dentro. Ninguno fumábamos, pero los días que nos quedaban nos procurarían un buen puñado de momentos propicios para un pitillo.
Como ya he dicho, la noche nos alcanzó. Y no teníamos sitio donde dormir, una vez más. Salimos del centro del pueblo en dirección a las montañas y encontramos un parque atravesado por un rio, cuya orilla se encontraba tapada por árboles que creo recordar que eran chopos: el lugar perfecto para pernoctar.
Solucionado ese gran problema, volvimos a la verbena, cerveza y pitillos en mano y dispuestos a mover las caderas imitando a aquellas bellas aunque algo rellenitas señoras del Brasil. ¡Gran noche amigos! A partir de aquel momento tengo poco recuerdos, pero el dolor de cabeza del día anterior me da alguna pista.
Algo ebrios , a altas horas nos fuimos a nuestro parque, en cuyo centro encontramos una tienda de campaña cerrada a cal y canto. Pobres amantes, pensaban que aparte del frío, la tela aísla del ruido.
Bajamos a nuestra orilla, extendimos la manta térmica que había salvado de más de una a Leopoldo, y nos echamos a dormir, Leo a la izquierda, Fer en el centro y yo a la derecha, los tres tapados con el saco de Fernando. Al poco caí derrumbado, y a eso de las 9 de la mañana del día siguiente Fernando me despertaría enfadado. Apenas había podido dormir, pues en cuanto me dormí les quité el saco y me enrollé en él, consiguió conciliar un poco el sueño y se despertó porque se había deslizado hacia abajo y sus largas piernas habían caído en el río. Al poco de amanecer despertó, y, aliviado al ver que nuestro compañero de color también había despertado se fue a hablar con él. Sin embargo a los pocos minutos, Leo se engancharía al teléfono para hablar con su novia, así que Fernando estaría más de una hora solo, soñoliento, medio resfriado, y con un hambre de caballo.

Me despertó, tomamos nuestro ya clásico frugal desayuno compuesto por una galleta de chocolate, que abríamos, lameteábamos el chocolate de dentro y cuando ya estaba peladica, nos la metíamos a la boca. Dimos un último paseo por las afueras montañosas del pueblo y nos fuimos a la estación. Siguiente destino, Verona.

P.D: esa noche me llevaría otro gran recuerdo del viaje; al levantar descubrí que a pocos centímetros de mi cara había una jeringuilla usada tirada, pero es que unos metros más allá había un puente, bajo el cual había un par de vagabundos rodeados de estas últimas. ¡Qué suerte no haberme movido mucho, pues me salvé por my poquito! Sin embargo nada me libró de que una malditas arañas llenaran mi cuerpo de picaduras…

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Adrián Cardo Miota
@CardufoDaConca


Nuestra llegada a Innsbruck vino provocada por nuestro afán de conocer la mítica cordillera de los Alpes, y estando en Munich la cuestión tenía fácil solución.

El viaje en tren hasta Innsbruck fue sin duda el más bonito de nuestro periplo europeo; ferrocarril entre montañas con las vías colocadas sobre pendientes imposibles y circundados de un verdor paradisíaco.

Nuestro plan era muy sencillo, llegar a Innsbruck dejar mochilas en consigna y tirar montaña arriba hasta encontrar un lugar apropiado donde pasar la noche. Preferiblemente una pradera como la que tantas veces hemos visto en la tele.

Tan decididos íbamos que el cielo que ya había descargado en Munich volvió a hacerlo sobre la ciudad austríaca y nos quitó las ganas cuando ya llevábamos andado un rato. Esperamos resguardados en un portal a ver si amainaba, pero la lluvia no solo no remitía, sino que acrecentaba su caudal por minutos.
Desistimos de nuestro plan y regresamos calados por donde habíamos venido.
Entramos a calentarnos a una casa de apuestas regentada por marroquíes donde vimos un partido de pretemporada del F.C.Barcelona.

Sin rastro de alberges juveniles y no queriendo dilapidar el poco dinero que nos quedaba, decidimos pasar la noche en la estación como mínimo hasta que dejara de llover. Aunque a simple vista parezca que esta idea no depararía nada interesante, la noche resultó muy entretenida.

La sala de espera de la estación de Innsbruck era un pequeño cuarto acristalado con dos pares de bancos metálicos. Al llegar estábamos solos así que decidimos tirarnos al suelo a ver si dormíamos un rato, pero ¡ay! Ilusos nosotros que no contábamos con el guardia de seguridad que pululaba por la estación y que nos devolvió a los incómodos asientos bajo amenaza de expulsarnos de la estación. El por qué de tan poco amistoso comportamiento no lo supimos, aunque más adelante cuando fueron unas chicas las que siguieron nuestro ejemplo el “segurata” no les dijo nada.
Al rato apareció un musulmán con turbante incluído y nos pidió que le guardáramos su maleta unos minutos que ahora volvía. Nosotros aceptamos aunque ante su tardanza nos asaltaron las dudas de si volvería o de qué demonios contendría aquella maleta. Cuando la curiosidad estaba a punto de vencernos regresó su legítimo dueño, como recompensa por la fiera defensa de su maleta trajo una pizza que compartimos antes de despedirnos para siempre.

Erguidos sobre los férreos asientos intentamos dormir como pudimos. Yo conseguí dormir durante un rato y solo fui despertado por las bofetadas de un yonqui que me amenazaba pasándose el dedo por el cuello. Yo tragué saliva ante la estupefacción de mis amigos, pero el visitante tal como vino se fue.
En ese despertar descubrí en la esquina opuesta un hombre que sonreía divertido. Tendría unos 40 años, viajaba con una mochila y una guitarra, llevaba chanclas, pantalones de colores y una vieja camisa ajada. Su cara estaba poblada de una barba de semana y un pelo blanquecino y enmarañado. Todo esto le daba un gracioso aspecto de hippie-aventurero.

Hicimos migas con aquel señor, que decía llevar viajando por el mundo desde los 14 años, de cuna venezolana aunque como él decía, en realidad era hindú… “hindúcumentado”. Odiaba el capitalismo y la globalización, decía hablar 7 idiomas y sostenía que cada día un ajoen ayunas curaba cualquier cáncer. Iba hacia Oporto a ver su hijo recién nacido. Hijo fruto de una noche junto a una portuguesa a la que había conocido en Polonia cuando ella estaba de Erasmus. Nuestro amigo estaba decidido a llevarse a su hijo a la selva, para librarlo de las influencias imperialistas y del domino yanqui, pero para eso primero tendría que lidiar con la madre. Por último nos reveló que viajaba siempre sin billete, y que al no tener domicilio fijo las multas nunca se le podían imputar. Al rato se fue a coger su tren y nos quedamos solos nuevamente.

Volví a dormir un rato pero me desperté sobresaltado cuando una señora anciana que se había dormido en su silla de ruedas se cayó sobre mí. Decidí que este sería la última vez que alguien me despertara así que nos fuimos de allí.

El reloj marcaba las 6 de la mañana y el cielo aunque oscuro todavía estaba carente de nubes. Empezamos a andar tranquilamente y dos horas después estábamos en la montaña. Tras caminar un rato encontramos un prado de cuento, que nada tendría que envidiar a los de los dibujos de aquella niña repipi de nombre Heidi. Si quisiéramos volver a buen seguro no llegaríamos puesto que encadenamos varios senderos a nuestra elección, atravesamos riachuelos e hicimos parte del camino campo a través, así que la localización de aquel lugar idílico siempre será una incógnita.

Adrián y yo caímos rendidos al sueño hasta que 4 o 5 horas después con el sol ya en lo alto nos desperezamos y descubrimos a nuestro escudero Leo hablando con su novia de aquel entonces. Es una sensación increíble despertarte así, en medio de la naturaleza rodeados de cumbres con las nubes bajísimas y viendo toda la ciudad bajo nosotros. Tras esto bajamos y tomamos un tren. No sabíamos muy bien hacia donde ir así que cogimos el primero que nos llamó la atención y siguiendo hacia el sur nos fuimos a la localidad italiana de Bolzano, una de las grandes sorpresas del viaje y que fue un tremendo acierto.

Posdata: En nuestra subida a la montaña se unió a nuestra expedición un nuevo amigo que nos acompañaría varias jornadas y con quien yo personalmente compartí momentos muy íntimos. Me refiero a Palo, quien fue creado en Innsbruck, tomó cuerpo en Bolzano y en Verona siguió el viaje por su cuenta.

Fernando Guardia O’Kelly
@Fer_Guardia


Como sabéis, nuestros fieles lectores, nuestro itinerario se había visto alterado. Yo personalmente deseaba con ahínco visitar los Alpes así que en un improvisado cambio de rumbo, nos dirigimos hacia Austria, pero a medio camino nos detuvimos en Múnich.Image

 Múnich es una ciudad que nada tiene que ver con Colonia o Berlín. Es la capital de Baviera, y eso ya implica que sea totalmente diferente, no sólo en cuanto a fisionomía, sino también en cuanto a ideología, mucho más conservadora e históricamente más rica y noble,

 

 La ciudad bávara está cerca de los Alpes, que se ven desde la misma. La arquitectura está compuesta por edificios bajos, y callejuelas interesantes, de hecho existe una normativa que prohíbe construir edificios de más de 100 metrospor lo que la torre dela Catedral y la del ayuntamiento dominan el panorama. Mucho edificio en piedra, mucho adoquín, plazas con centros florales… A mí me gustó mucho, aunque es una de esas ciudades en la que tampoco vimos nada en particular.Image

 

 De Colonia habíamos partido muy pronto, de madrugada, y aunque eran varias horas de viaje, llegamos pronto a Múnich. Del viaje, resaltar que compartimos compartimento con un hombre de negocios alemán que nos iba explicando la actualidad del mercado germano mientras atravesábamos Alemania de punta a punta, incluido un pequeño paseo por la Selva Negra. Lo primero que hicimos fue ir en busca de un albergue, pero ¡sorpresa! No había hueco en ninguno de ellos, así que resevamos para la noche siguiente y decidimos buscarnos la vida esa noche.

 Empezamos nuestra peregrinación por la ciudad y después de visitar la Catedral comimos y nos echamos en un jardín justo detrás de la plaza del ayuntamiento. Caímos dormidos al poco tiempo y el despertar no fue de lo más plácido; levantamos sobresaltados cuando un grupo de jóvenes indios nos rodeaba jugando a la pelota con nosotros como objetivo, y con un buen cabreo huímos de allí. Pero antes de irnos, un anciano italiano de nombre Gino nos ofreció su casa para dormir, rehusamos con cortesía, aunque la verdad es que deberíamos haber ido. El verdadero viajero debe fusionarse con el entorno y la mejor manera es acercarse lo más posible a las gentes.

 Esa tarde continuamos viendo la clásica ciudad de Múnich, hasta que fuimos a parar a los Jardines Ingleses, típico parque que hay en muchas ciudades europeas con enormes zonas de césped, esculturas de setos, fuentes y macizos de flores. En medio del mismo había una cúpula, cúpula que nos vino de maravilla puesto que en ese momento empezó a llover de nuevo

En esa misma cúpula recuerdo que un guitarrista callejero interpretaba temas de Los Beattles con cientos de espectadores jaleándole y vaciandose los bolsillos al paso de su gorra.

Cuando nos dio un respiro la lluvia, retornamos al casco viejo y unas esculturas de bronce nos revelaron que acababamos de llegar de improviso al Museo dela Caza y la Pesca, y como no teníamos nada que hacer hasta la cena, entramos. El museo era muy entretenido pero nada reseñable excepto por una zona de aberraciones compuestas por distintas partes de distintos animales.Image

 

Tras esto, visitamos la Bürgerbräukeller, cervecería donde Hitler dio su celebre Putsch, que le condujo a prisión como preludio a la escritura de Mein Kampf. Cuando empezó a atardecer nos mezclamos con las gentes y disfrutamos del ambiente musical de las calles donde un cuarteto de cuerda interpretaba el Canon de Johann Pachelbel.

Esa noche nos ocurrió unos de los acontecimientos más miserables del periplo europeo. Tras cenar una salchicha Low Cost, nos sentamos en un bordillo a dilucidar nuestro destino del día siguiente, y, cómo de penosas no serían nuestras pintas, que un grupo de chavales nos dieron una limosna, entre la carcajada general. Nosotros no sabíamos si reír o llorar, pero finalmente cogimos las monedas y las invertimos en una botella de agua porque ¡maldita sea! en estas ciudades del diablo no saben lo que es una fuente.

 El plan trazado de dormir en la calle se truncó por completo cuando nuevamente empezó a llover, así que decidimos intentar pasar la noche en los sofás de un albergue, aunque pronto vimos que era imposible. Vistas las contrariedades a las que nos enfrentábamos buscamos un hotel y dormimos allí. Para ser un hotel, el precio fue inmejorable, 25 euros la noche con desayuno, además  la perspectiva de dormir solos, ducharnos solos y estar un poco más tranquilos nos cautivó.

A la mañana siguiente, tal y como si fuéramos aves de rapiña, arrasamos con el desayuno y nos aprovisionamos para la comida así como de cuantas toallas nos cupieron en la mochila, por lo cual es evidente que amortizamos nuestra estancia.Otro preciado objeto que sustrajimos fue una almohada que nos acompañaría hasta Avignon, en nuestro último día por Europa. Gran momento, lanzando Leopoldo y yo cosas por la ventana del hotel para que las recogiera Fernando abajo.

 

Al día siguiente madrugamos para visitar DACHAU. La visita merece una entrada propia, porque nos causó una impresión enorme.

Tras retornar a Múnich, la noche previa a la gran visita  Alpina, dormimos en un Hostel. Nos acostamos pronto y nos dormimos rápido, y pasadas las 3 nos despertó un grupo de americanos borrachos eructando y berreando. Yo les rogué silencio a lo que contestaron tirándose un pedo a pocos centímetros del rostro Leopoldo. Aun no sé como no salimos a palos aquella noche.

A a la mañana siguiente nos esperaba uno de los trayectos en tren más bonitos de todo el tour europeo, con destino Innsbruck.

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Fernando Guardia O’Kelly
@Fer_Guardia