…comenzaron a departir, mientras daban unos grados más de temperatura a sus helados huesos con una botella de whiskey barato, mezclado únicamente con la humedad del ambiente…

Paisaje de la Serranía conquense/Fuente Propia

Día frío en aquel tortuoso camino forestal de la sierra de Cuenca. Un Nissan Patrol rompía el silencio vespertino, tratando de apartar a su paso el bloque de nieve que se había ido formando durante todo el día. La tarde iba dejando paso a la noche mientras en el interior del vehículo se desarrollaba una acalorada discusión.

Carlos, el conductor, “conocedor” de los caminos afirmaba que estaban apunto de llegar, mientras que su pareja, Mar, no paraba de increparlo, acusándolo de haberlos perdido. En el asiento de atrás, Antonio y Nuria presenciaban la disputa, manteniendo silencio, pero apoyando en secreto a Mar; llevaban toda la tarde dando vueltas, y la llegada de la noche no auguraba un final feliz.

A Carlos y Antonio los unía una gran amistad desde hacía años. Habían ido juntos al colegio desde el jardín de infancia , y aunque su relación no empezó realmente bien, con el paso del tiempo consiguieron ese grado de complicidad que te lleva a vivir innumerables aventuras con alguien. Todo se remonta a uno de esos recreos en los que dos clases enemigas se enfrentan en una batalla campal. Carlos, de impronta serrana, y Antonio al que por varios kilos de más conferían una fuerza anormal, fueron los cabecillas de sus respectivos miniejércitos, y como tales, tuvieron que batirse en duelo. Tras una ardua pelea, acabaron ambos castigados sin siesta durante un mes, y Carlos con medio incisivo de menos. Pocos podrían imaginar que esa media hora diaria de desvelo, llevaría a esos dos bestias a embarcarse en una larga y fructífera amistad.

El reloj marcaba las 19:00 cuando Carlos, resignado, tuvo que encender las luces largas, y empezar a asumir que se habían perdido. En un alto a la derecha del carril divisaron una torre naranja que resplandecía a la luz de los faros del coche. Bajo ella había una pequeña casa de piedra sin ninguna luz en su interior.

Antonio sugirió que sería un refugio, y que allí no viviría nadie. Tras unos minutos de incertidumbre, se decidieron a entrar. Aparcaron el coche en un pequeño techado que había a escasos metros de la casa y los dos hombres se bajaron del mismo. La puerta de madera estaba atada con un cordel a un clavo anclado a la pared. Carlos lo desató y juntos entraron. Al no ver nada Carlos abrió su teléfono móvil y, mientras su amigo volvía al coche a por una linterna, empezó a reconocer el interior. Al fondo a la derecha había unos bancos de piedra alrededor de una mesa hecha a partir de un tocón de madera, a la izquierda una litera lo suficientemente grande como para acomodar a las dos parejas, y al frente, en el centro había una chimenea. En ese momento entró Antonio iluminando la estancia, seguido de Mar y Nuria que empezaban a tener miedo en el coche, pues ya era de noche cerrado. Pronto empezaron a repartir tareas, y mientras Antonio y Mar adecentaban el lugar, Carlos salió en busca de leña seca y Nuria decidió subir a lo alto de la torre, a ver si divisaba el pueblo objeto de tanta búsqueda.

Sendero nevado que conduce a la cabaña/Fuente Propia

Media hora llevaban esperando en el interior, cuando Nuria y Carlos entraron empapados, pero con un pequeño montón de madera, tanto seca como verde, suficiente para aguantar unas cuantas horas. Antonio prendió la lumbre y en escasos minutos disfrutaron del calor de las llamas. No queriendo alejarse del fuego, se sentaron en el suelo delante de éste, cuando Carlos empezó a sacar la carne que tenían previsto cocinar en la vitrocerámica de la casa rural en la Vega del Codorno. Pinchando unos trozos en unos hierros que encontraron bajo la litera, acercaron la carne al fuego y esta empezó a dorarse. Tras horas dando vueltas, habían desarrollado un hambre atroz y pronto dieron cuenta de hasta dos tandas de chuletas de cordero. Una vez satisfecha esta necesidad, cada pareja se acurruco a un lado del fuego, y comenzaron a departir, mientras daban unos grados más de temperatura a sus helados huesos con una botella de whiskey barato, mezclado únicamente con la humedad del ambiente. Nuria contó que no había visto nada desde la torre, pues una densa niebla impedía ver más allá de unas decenas de metros. Carlos explicó que mientras buscaba leña había visto unas pisadas de jabalí a unos metros de la cabaña. Al oír esto último Mar se abrazó más a su novio, denotando lo poco que le satisfacía el hecho de tener ese tipo de vecinos. Antonio, siguiendo el ejemplo de su amigo, atrajo hacia si a su novia, ante lo cual ella dejó escapar un mohín de disgusto que no pasó desapercibido a nadie.

La pareja no pasaba por uno de sus mejores momentos. Antonio y Nuria vivían en sitios diferentes, él estudiaba arquitectura en Valencia, mientras Nuriaestudiaba bellas artes en Cuenca. Durante tres años su idilio amoroso se había mantenido contra viento y marea, hasta que, semanas atrás, Antonio, comido por la vergüenza, había confesado una infidelidad en una fiesta en su colegio mayor. Nuria, que jamás había dudado del amor que su novio sentía por ella, se sintió traicionada, humillada, pero tras un corto tiempo de separación, volvió con él. Pero las cosas no habían vuelto a la normalidad. Su relación actual no iba más allá de frugales momentos de sexo sin amor, tras los cuales se formaban tensos y prolongados silencios.

Antonio maldecía aquel día en el que se dejó llevar por sus más primarios impulsos, pues, nada más hacerlo supo de su error, y no podía parar de pensar en que había jodido lo más bonito que había tenido en su vida. Luchó mucho para volver a recuperarla, y una vez conseguido, nada parecía igual. Ya no había confianza, compenetración… En innumerables ocasiones se descubría a si mismo preguntándose si les quedaría algo de amor. Lo único que sentían ambos era un ardiente deseo sexual. Ya no pasaba día en el que no compartieran momentos de sexo animal, desgarrado, desnudo de cualquier emoción.

Nuria se apartó de su novio, y excusándose con que tenía que salir a orinar, abandonó la cabaña. Ya fuera, subió los escalones de la torre de vigilancia, y una vez arriba, sacó un paquete de tabaco y un Zippo del bolsillo izquierdo de su pantalón. Apenas había comenzado a fumar cuando apareció Carlos.

– Dame uno que entre en calor – le pidió Carlos mientras frotaba sus nudillos.

– Hace meses que no fumas.

– La ocasión lo merece. ¿Qué coño ha pasado ahí dentro? – preguntó cauteloso Carlos, pues sabía a donde podía llevarle aquella pregunta.

Los dos jóvenes se conocían desde poco antes de que ésta empezara con su amigo. Desde adolescente Carlos solía frecuentar los garitos más bohemios de Cuenca, pues nunca había aguantado la estridente música que el grueso del colectivo juvenil tanto veneraba. Un día se encontraba en una tetaría leyendo los cuentos de Poe mientras fumaba tabaco aromático en cachimba, cuando una joven de pelo corto y ondulado lo sacó de su ensimismamiento para pedirle fuego. Al levantar la vista de su libro, Carlos quedó impresionado por la sencillez de la belleza de la muchacha que tenía delante. Más que interesado en conocerla, la convenció para que compartiera con él lo que quedaba en la cachimba. Y después fumaron otra, y después fueron a la casa de éste a fumar marihuana, y después compartieron un cigarrillo, desnudos después de follar.

Nuria había resultado ser una chica inteligente de buena familia, que en un momento de su vida había decidido cortar con la vida que sus padres habían ideado para ella. Ese arrebato de rebeldía la llevó a matricularse en Bellas Artes, hecho que le acarreó un gran distanciamiento con su padre, y algo que también esperaba; le cortó el grifo económico que la había mantenido desde siempre. Sin dinero y teniendo que afrontar el desembolso que le suponían sus estudios, Nuria comenzó a trabajar en un pub de blues de un amigo en el casco antiguo de Cuenca.

– No puedo más Carlos, no lo aguanto. Por más que he intentado hacerme a la idea de que esto puede ir bien, no consigo sacarme de la cabeza el daño que ambos nos estamos haciendo. – una lagrima empezó a correr los rosados pómulos de Nuria.- Primero él, y ahora yo contigo. Nuestra relación no tiene sentido alguno. He de decírselo.

Carlos, que ya estaba preparado para tener esta conversación, pues la veía venir desde hacía semanas, se armó de valor para decir aquello.

– No creo que sea lo mejor. Antonio es como mi hermano, y jamás me lo perdonaría, de hecho ni yo me lo perdono. – en ese momento soltó la mano que Nuria le había tendido segundos antes. – Y además está Mar, que no se lo merece. Además siempre ha sabido que tú me gustas por encima de cualquier otra mujer que haya pasado por mi vida. Si se enterara de lo nuestro la perdería para siempre.

Pino nevado en la Vega del Codorno/Fuente Propia

Nuria rompió definitivamente a llorar, y se tiró a sus brazos. Carlos la abrazó como amigo suyo que era, mientras trataba de impedir que una lágrima rebelde desfilara por el dorso de su cara. Él estaba de espaldas a la cabaña, con lo que no vio que de ésta salían Antonio y Mar. Nuria, que sí los vio aparecer, se dejó llevar por el rencor, y besó en los labios a Carlos, a lo que él respondió besándola con más fuerza y pasión. Antonio y Mar que vieron todo desde abajo se quedaron blancos. Antonio, henchido de furia, subió corriendo las escaleras, y en cuanto vio a Carlos volverse, le golpeó con toda la fuerza de su puño derecho en el lado izquierdo de la cara. Carlos se tambaleó y de no ser por la barandilla se habría precipitado hacia el suelo. No contento con lo hecho, Antonio empezó a pegarle puñetazos en los costados. Nuria que seguía llorando trató de parar a Antonio, y se llevó un empujón con el que salió despedida contra la baranda de la derecha. No pudiendo creer lo que había provocado, se fue escurriendo hasta quedar tendida en el suelo de la torre, sujetándose su abdomen malherido.

Antonio paró sus acometidas y bajó corriendo a donde se encontraba Mar llorando sin consuelo. La abrazó y juntos pasaron a la cabaña.

Unos minutos más tarde Antonio consiguió calmar a su amiga, a pesar de lo cual ésta seguía temblando y con la mirada perdida. Antonio rebuscó en su mochila y de ella sacó un mechero, un paquete de papel de arroz, y un chivato lleno de marihuana. Lió un porro y lo encendió. Tras disfrutar de unas primeras caladas, lo pasó a Mar. Esta lo aceptó con resignación y fumó mientras miraba hacia ningún lugar. Mucho tiempo hacía que Mar no fumaba, y no recordaba los efectos que en ella producía el THC absorbido en sus pulmones. Desde siempre la hierba le producía una excitación especial, en el momento en que el humo entraba por su faringe, un pícaro calor sacudía sus músculos y le endurecía los pezones bajo su ropa. Esta vez no fue distinto, y pronto se lanzó sobre Antonio, al que empezó a besar mientras aún no se habían secado sus lágrimas. Antonio se dejó llevar y la cogió por la cintura y la sentó sobre su regazo. Mar quitó la chaqueta de su amigo, a lo que éste respondió de la misma manera, quedando al poco ambos con los torsos desnudos, completamente ajenos al frío que minutos antes sentían.

Mientras tanto, una situación completamente distinta se desarrollaba fuera. Carlos y Nuria ya habían bajado de la torre y se disponían a entrar para hablar con sus respectivas parejas, cuando empezaron a oír gemidos que salían de la cabaña, aún con la puerta abierta. Carlos pasó primero y encontró a Antonio apoyado contra la pared de la derecha, mientras Mar subía y bajaba entre sus piernas expulsando por su boca sensuales gemidos de placer, acompasados con la casi imperceptible respiración de Antonio. Carlos salió por la puerta y, bien por el rencor, los efluvios del whiskey que aún persistían, o por el firme deseo de hacerlo, cogió a Nuria y comenzó a besarle su frágil y delicado cuello, suavemente primero, y descontroladamente después, a medida que notaba la excitación de esta otra. Sin dejar de besarse, y quitándose prendas casi a cada paso que daban, pasaron dentro y se dejaron llevar por la excitación del momento, uniéndose al pagano festival que llevaban a cabo sus compañeros. A Mar no pareció molestarle que Carlos comenzara a besar su espaldar mientras Nuria lamía el torso de Antonio. Los últimos leños se consumieron pocos minutos después, pero nadie pareció percatarse de ello.

Cuando los tibios rayos de sol comenzaron a hacerse paso entre los troncos de los árboles, los cuatro amantes yacían dormidos abrazados los unos a las otras. El primero en despertar fue Carlos, que levantó, se acercó a la chaqueta de Nuria y cogió un cigarrillo que prendió cuando se sentó a contemplar la escena. ¿Qué los había llevado a aquello?,¿porqué habían perdido el control de aquella manera?, y lo más revelador, ¿porqué no sentía ningún remordimiento?

Adrián Cardo Miota @CardufoDaConca